jueves, 15 de noviembre de 2007

TESOROS HÚMEDOS

TESOROS HÚMEDOS

De vez en cuando salen en la prensa esa noticias de descubrimientos de tesoros de navíos o galeones (no entiendo por qué les llaman pecios) que en su día se hundieron en el fondo del mar (donde están las llaves de matarile) con abultadas riquezas de todo tipo, de las que destacan el oro y la plata, o sea los metales que siempre han despertado la codicia hasta el punto de que los seres humanos se mataban unos a otros por su tenencia y disfrute.

Ha ocurrido hace poco con un galeón, parece ser que fue español en su día, de esos que andan perdidos en el fondo del agua esperando a que alguien baje, coja sus tesoros, los saque a la superficie y se los lleve. Debemos tener en nuestras costas pues como cientos de ellos. Y me pregunto, si están más o menos localizados, si se sabe que llevan ahí cientos de años, si se sabe que tienen unas riquezas interesantes, ¿a qué demonios esperan para poner en marcha los mecanismos de rescate del contenido de los barquitos de marras? ¿a que venga gente de otros países, se acerque a los barcos y consiga recuperar su contenido para luego reclamárselo?

Porque resulta que vienen unos yanquis (aquí sí que tengo que decirles que olé), con unos aparatejos sofisticados, encuentran uno de esos galeones, cogen el orito y la platita y se lo llevan. Pues muy bien. Y nuestras siempre avispadas autoridades ponen (a toro pasado) el grito en el cielo y empezamos a leer tonterías. Que si son de los españoles, que si esos barcos son piratas, que si hay que vigilarlos; en fin, las lamentaciones de turno que más bien son debidas a la puta envidia que a otra cosa. Porque si son nuestros y valen tanto, no sé qué demonios hacen nuestras autoridades y nuestros investigadores que no les sacan a la superficie. Porque tan difícil no debe ser cuando lo consiguen otros, aunque sean yanquis. El caso es que nada hacen ni hacerlo dejan. Vamos, como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer a su amo.

Hay otro tipo de tesoros húmedos más valiosos, no fáciles de conseguir y que proporcionan una satisfacción personal difícil de igualar. Además, no hace falta publicar su disfrute ni dar envidia a nadie como ocurre con esas riquezas metálicas plateadas o doradas. Pero como la codicia por el vil metal incluso lleva al ser humano a matar a otros, pues allá los codiciosos. No saben lo que se pierden. Diario de Burgos. 13.11.07

1 comentario:

Anónimo dijo...

pecio.

(Del b. lat. pecium).


1. m. Pedazo o fragmento de la nave que ha naufragado.

2. m. Porción de lo que ella contiene.

3. m. Derechos que el señor del puerto de mar exigía de las naves que naufragaban en sus marinas y costas.

Bucear en un pecio, ver allí, inerte lo que un día fue, o lo que iba a ser para alguien y nunca llegó a su destino, quedándose en el fondo como cobijo de unos despreocupados peces, es una de las sensaciones más bonitas que he tenido.