lunes, 24 de agosto de 2009

EL GARILLETI



EL GARILLETI

Fue uno de los más importantes bares de Burgos; se sabe que existía ya en 1.935 y tenía una situación privilegiada al estar (años 40 y 50) a la entrada de Burgos viniendo de los cuarteles, época en que había en Burgos varios miles de soldados (el ejército de Yagüe). Cuando les soltaban salían disparados hacia la estación de ferrocarril y lo primero que se encontraban era el Garilleti. Miles y miles de bocadillos vendió Garilleti en esa época.


Se reformó hacia 1.964 y ya estaba Aurora al frente con sus hijos, salvo Ricardo, que se casó con Milagros Peña y se instaló en el bar Ricardo, donde Milagritos daba de comer de maravilla. El pequeño, Pedrito, falleció joven, y de él se cuenta como anécdota que cuando no le llegaba lo que le daba su madre se acercaba al bar, tiraba unas monedas al suelo y mientras su madre y su hermana las recogían, él metía mano al cajón y se llevaba algún billetito, pero sin pasarse. Quedaron, pues, con Aurora dos hijos, la Moña y Jose. el Zorro, y durante muchos años vendían tortillas, pimientos verdes, bonito, pichones, y buenas comidas en la primera planta. El camarero era Alfonso, alias el Portu, hijo de Gregorio Carmona, autor del libro sobre las rúas burgenses, cuya lectura recomiendo si bien salvando sus patrióticos y pelotilleros comentarios (no en vano le dieron un estanco).

Comenzamos a frecuentar el Garilleti sobre el 67 o 68. La costumbre era (ley de barra) que el primero que llegase invitaba a los demás, pero como había algún cuco, (hoy hay uno al que llamamos el Periscopio, se asoma a los bares y si hay un conocido entra y si no busca en otro bar), ideamos lo de pedir y pagar cada día uno, aunque siempre aparecía a última hora algún listillo. Un contertulio era Avelino Arnáiz, el dueño del Almirante, quien cada vez que entraba daba la mano a un pichón estofado que había en la barra, con gran cabreo de Jose, el Zorro, pues el pichón era siempre el mismo. Como las mismas eran las tortillas, apiladas en una torre a la izquierda. Su aceite caía en el plato hondo de abajo, y de vez en cuando Aurora daba la vuelta a la torre, con lo que las jugosas quedaban arriba y volvían a soltar aceite. Esas tortillas duraban la tira.

Santi el fotos de vez en cuando se agachaba, soltaba la voz de “una ronda”, el Zorro o la Moña ponían los vinos
y a la hora de pagar venía el normal mosqueo de ambos hermanos. Al final siempre se pagaba, pero el cachondeo era el cachondeo. Tenía unos vinos excelentes, sin denominaciones de origen ni bobadas. El blanco no recuerdo de dónde venía. Los tintos, de Rioja y de Cariñena, dulce y pastoso, estupendo. Y los claretes, de Alesanco y de Cordovín, éste mucho más pálido. Siempre en pellejos. Por cierto que en esos años íbamos a por clarete tanto a la Ribera como a Alesanco, donde comprábamos el vino a Pedro Botero a 300 pelas la cántara. Con gasolina y comida en el Rincón de Emilio (un buen cocido) el vino salía a muy bien precio, a unas 30 pelas la botella.

Los Garilleti murieron. Sólo queda Ricardo, ya jubilado, como también Milagritos, y el bar Ricardo ya nada tiene que ver con lo que era. Bueno, perdonad las nostalgias. Un saludo. Facultad de Medicina.