LA REBELIÓN DE LOS DELFINES
Me dicen que los delfines de la plaza de los delfines se han rebelado, y que por las noches se escapan y atacan a la gente. En vista de lo cual, y puesto al habla con mi espía preferido, hemos decidido vigilar esa plaza, no sea que se deriven males para el pobre ciudadano, que es quien nos importa.
Así que, emboscados en un piso de un mamotreto feygonil, y provistos de bocatas y paciencia, hemos estado en vela varias noches al acecho. Y hemos comprobado que, efectivamente, los delfines atacan. Pero no a cualquiera. Por ejemplo, según pasaba sobre las seis de la mañana un coche que iba haciendo eses, uno de los delfines ha pegado un salto desde la fuente y le ha dado tal trallazo en el parabrisas que el coche se ha parado de golpe, saliendo su conductor todo cabreado, echando unos juros de consideración y sin saber qué demonios pasaba.
A uno que iba a pie y pasaba por allí, cerca de las cinco de la señora madrugada, se le ocurrió echar la parva producto de sus excesivas libaciones, y otro de los delfines (creo que se reparten el trabajo), saltando de la fuente, se le ha echado encima y le ha pegado tal meneo con la cola en su borrachina cabeza que le ha dejado más atontado de lo que venía.
A un edil y un par de técnicos de los del juntamento ese, que estaban en la zona del kiosco de la Cuqui tomando medidas, se les han echado encima (y eso que era de día) tres delfines golpeándoles con la cola en la cabeza repetidas veces a la vez que les decían: “sosos, que sois unos sosos, que no se puede encarar un kiosco de cara al viento norte, que se va a helar la pobre Cuqui”, y no les han dejado en paz hasta que les han prometido que van a dar la vuelta al kiosco para que la Cuqui se resguarde del cierzo.
Y a unos guris que, con sus coches y reflectantes, ya de madrugada, se han parado en la zona para hacer controles de borrachería a los desaprensivos que salían de esos bares llenos de ruidos y farfolla, se les ha aparecido el pleno de delfines y, mientras unos les preparaban un caldo calentito, otros les traían mantas y otros les animaban a seguir en su empeño de proteger a los ciudadanos frente a esos desaprensivos llenos de alcohol y vacíos de sentido común.
Total, que visto lo visto, mi espía y yo nos retiramos comentando que nos había parecido muy bien la rebelión de los delfines. Diario de Burgos 20.2.07
Me dicen que los delfines de la plaza de los delfines se han rebelado, y que por las noches se escapan y atacan a la gente. En vista de lo cual, y puesto al habla con mi espía preferido, hemos decidido vigilar esa plaza, no sea que se deriven males para el pobre ciudadano, que es quien nos importa.
Así que, emboscados en un piso de un mamotreto feygonil, y provistos de bocatas y paciencia, hemos estado en vela varias noches al acecho. Y hemos comprobado que, efectivamente, los delfines atacan. Pero no a cualquiera. Por ejemplo, según pasaba sobre las seis de la mañana un coche que iba haciendo eses, uno de los delfines ha pegado un salto desde la fuente y le ha dado tal trallazo en el parabrisas que el coche se ha parado de golpe, saliendo su conductor todo cabreado, echando unos juros de consideración y sin saber qué demonios pasaba.
A uno que iba a pie y pasaba por allí, cerca de las cinco de la señora madrugada, se le ocurrió echar la parva producto de sus excesivas libaciones, y otro de los delfines (creo que se reparten el trabajo), saltando de la fuente, se le ha echado encima y le ha pegado tal meneo con la cola en su borrachina cabeza que le ha dejado más atontado de lo que venía.
A un edil y un par de técnicos de los del juntamento ese, que estaban en la zona del kiosco de la Cuqui tomando medidas, se les han echado encima (y eso que era de día) tres delfines golpeándoles con la cola en la cabeza repetidas veces a la vez que les decían: “sosos, que sois unos sosos, que no se puede encarar un kiosco de cara al viento norte, que se va a helar la pobre Cuqui”, y no les han dejado en paz hasta que les han prometido que van a dar la vuelta al kiosco para que la Cuqui se resguarde del cierzo.
Y a unos guris que, con sus coches y reflectantes, ya de madrugada, se han parado en la zona para hacer controles de borrachería a los desaprensivos que salían de esos bares llenos de ruidos y farfolla, se les ha aparecido el pleno de delfines y, mientras unos les preparaban un caldo calentito, otros les traían mantas y otros les animaban a seguir en su empeño de proteger a los ciudadanos frente a esos desaprensivos llenos de alcohol y vacíos de sentido común.
Total, que visto lo visto, mi espía y yo nos retiramos comentando que nos había parecido muy bien la rebelión de los delfines. Diario de Burgos 20.2.07
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