CIENTO VEINTE MIL
Pastillas de éxtasis. Es lo que, según leo, han decomisado hace poco en Madrid en vísperas de un conciertazo de esos de rock que reúnen a miles de aficionados a la música y otras cosas. Estaban listas para ser repartidas en el concierto y suponen un movimiento económico de mucho dinerillo.
Pero suponen algo más. Suponen la manifestación de una especie de cultura (así lo llaman los interesados en el negocio) o de una libertad, expresiones a las que se agarran quienes están interesados en que eso exista precisamente porque se mueve muchísimo dinero, que es en el fondo de lo que se trata.
¿Quién gana con tales eventos? Está claro que ganan quienes pululan alrededor de esos conciertos, desde los montadores de las torres de miles de decibelios, hasta los propios intervinientes en los conciertos, pasando por sus representantes, agencias de viajes, suministradores de agua, bebidas, bocadillos, camisetas, logotipos, eso que llaman logística. Y, por supuesto, los proveedores de pastillejas.
Y ¿quién pierde? Pues los jóvenes. Sencillamente, los jóvenes, porque no solamente entierran tiempo y dinero en esos acontecimientos, sino porque se alejan de otro tipo de ocupaciones bastante más sensatas mientras andan pensando en esas reuniones multitudinarias a las que acuden ávidos de sensaciones, pero solamente de sensaciones, sin que las mismas lleven otra cosa consigo.
En agosto nos espera en Burgos un macroconcierto de esos que alguien se ocupa de organizar. En esta ocasión lo hacen al aire libre, en Fuentes Blancas, e incluso hay posibilidad de acampar en las cercanías, para no perderse nada. Parece ser que ya hubo uno el año pasado, y también parece ser que esto se repite por toda la geografía española, o sea que se ha puesto de moda. Por cierto que alguna autoridad (¿se la puede llamar así?) debe autorizar tales eventos pastilleriles.
Veremos qué pasa con las pastillitas y sus proveedores. Facultad de Medicina.
Pastillas de éxtasis. Es lo que, según leo, han decomisado hace poco en Madrid en vísperas de un conciertazo de esos de rock que reúnen a miles de aficionados a la música y otras cosas. Estaban listas para ser repartidas en el concierto y suponen un movimiento económico de mucho dinerillo.
Pero suponen algo más. Suponen la manifestación de una especie de cultura (así lo llaman los interesados en el negocio) o de una libertad, expresiones a las que se agarran quienes están interesados en que eso exista precisamente porque se mueve muchísimo dinero, que es en el fondo de lo que se trata.
¿Quién gana con tales eventos? Está claro que ganan quienes pululan alrededor de esos conciertos, desde los montadores de las torres de miles de decibelios, hasta los propios intervinientes en los conciertos, pasando por sus representantes, agencias de viajes, suministradores de agua, bebidas, bocadillos, camisetas, logotipos, eso que llaman logística. Y, por supuesto, los proveedores de pastillejas.
Y ¿quién pierde? Pues los jóvenes. Sencillamente, los jóvenes, porque no solamente entierran tiempo y dinero en esos acontecimientos, sino porque se alejan de otro tipo de ocupaciones bastante más sensatas mientras andan pensando en esas reuniones multitudinarias a las que acuden ávidos de sensaciones, pero solamente de sensaciones, sin que las mismas lleven otra cosa consigo.
En agosto nos espera en Burgos un macroconcierto de esos que alguien se ocupa de organizar. En esta ocasión lo hacen al aire libre, en Fuentes Blancas, e incluso hay posibilidad de acampar en las cercanías, para no perderse nada. Parece ser que ya hubo uno el año pasado, y también parece ser que esto se repite por toda la geografía española, o sea que se ha puesto de moda. Por cierto que alguna autoridad (¿se la puede llamar así?) debe autorizar tales eventos pastilleriles.
Veremos qué pasa con las pastillitas y sus proveedores. Facultad de Medicina.